Entre los años de 1986 y 1990 Colombia vivió unos de los periodos de mayor convulsión social y política de su vida republicana; pues se encontraba amenazada por un grupo de narcotraficantes, un monstro bicéfalo, una anfisbena, que con sus absurdas cantidades de dinero corrompió todo el aparato estatal mientras que con sus armas se dedicó a callar a quienes la denunciaban.
En 1987 fue asesinado el dirigente de la Unión Patriótica Jaime Pardo Leal, en 1989 fue Luis Carlos Galán y en 1990 fueron, Bernardo Jaramillo Ossa en marzo y Carlos Pizarro León Gómez en abril; el rio de la magdalena se iba tiñendo de un rojo carmesí a medida que recorría toda la geografía producto de los miles de líderes que iban muriendo, vivíamos la danza de la muerte, todo un baile rojo, mientras Colombia en su hastío y dolor vivía sus cien años de soledad.
En medio de tanta demencia, nació la esperanza. En 1989, agrupaciones estudiantiles y sociales, animados por el único deseo de tener un país donde verdaderamente se pudiera vivir, de manera espontánea y mediante protestas pacíficas, logró impulsar “el movimiento de la séptima papeleta”; este movimiento pedía que durante las elecciones que se llevarían a cabo el 11 de marzo de 1990, se le preguntara de manera voluntaria a la ciudadanía si quería o no una reforma a la constitución de 1986 mediante una asamblea. El tímido movimiento logró convencer a dos millones de personas para que apoyaran la convocatoria de la Asamblea Constituyente, cuyo único fin era cambiar completamente nuestra carta magna.
Finalmente, el 5 de febrero de 1991 se instaura, empezando sesiones la Asamblea Nacional Constituyente, que fue compuesta por representante de todos los estrados sociales, políticos, sindicalistas, maestros, deportistas, exguerrilleros. Fue un proceso de seis meses, donde se reunieron todos a debatir el cómo se iba a gobernar Colombia. Finalmente, el 4 de julio de de ese mismo año, los representantes a la constitución Álvaro Gómez Hurtado, Navarro Wolf y Horacio Serpa, hacían la declaración final de la nueva carta Constitucional de Colombia.
Han pasado ya 30 años desde ese importante evento para el país, pero sin duda el logro más importante es que Colombia pasó de ser un Estado unitario, centralista y confesional, aun Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general. Hoy podemos decir que nuestra constitución se centra en el ciudadano, sus derechos y deberes.
Una prueba de ello es que la Constitución de 1991 creo la Tutela, que con sus aspectos a favor y en contra, esta defensa jurídica le han dado elementos a los colombianos para exigirle a los gobiernos cumplir su función, cuando sus derechos fundamentales son trasgredidos; lo que sin lugar a dudas, obliga al estado a fortalecer su institucionalidad.
Ahora bien, después de 30 años de la nueva Constitución, está claro que nuestros procesos democráticos cada vez nos dejan más duda develando su ineficacia ; sin embargo, parece que hemos aprendido a autocorregirnos; y al final, el país aplicando la estrategia del Bambú, que en sus primeros años se dedica a profundizar sus raíces, para tener la capacidad de soportar las inclemencias del clima en su edad adulta; el país ha aprendido a fortalecer su institucionalidad desde la base, en el elector donde reside su fortaleza y su debilidad.
Te invito a que sigas visitando el blog y nuestro perfil en LinkedIn; nos dejes tus comentarios, y si te gustó, quiero sugerirte que compartas esta opinión en tus redes sociales.
Comparte esta entrada en Twitter y LinkedIn.
Sígueme en Twitter
Te felicito, valoro y reconozco, tus escritos, siempre aportando y recordando la historia.
ResponderEliminar